
El propósito es establecer la confrontación personal como el paso ineludible de la preparación del sermón. Este proceso transforma al predicador de un técnico homilético en un testigo purificado. La pausa de la autoevaluación penitencial es necesaria para que el mensaje se establezca en el alma del predicador con convicción antes de ser proclamado a la iglesia. La autoridad en el púlpito surge del altar personal.
La Regla de la Confrontación Personal: Del Intelecto al Altar
La Parada Obligatoria del Miércoles/Jueves 1
La mayoría de los predicadores se enfocan en la técnica hasta el último minuto: el griego, el esquema o el punto débil del bosquejo. Pero el verdadero salto cualitativo ocurre cuando detienes el análisis técnico y te pones en la posición del oyente.
Esta pausa crítica (idealmente el miércoles o jueves, cuando el estudio está maduro pero el corazón aún puede ser moldeado) no es para el análisis, sino para la intercesión propia. Usted está leyendo la Palabra, no para encontrar qué decirle a ellos, sino para escuchar qué le está diciendo a usted. Si el texto no le ha movido a la confesión, el arrepentimiento o la obediencia, ¿por qué cree que moverá a alguien más?
El púlpito no es una tribuna académica; es un lugar donde el testimonio de la transformación debe ser la base. La autoridad de la predicación no reside en el intelecto del mensajero, sino en el poder de la Palabra cuando se proclama por labios purificados.
Preguntas al Espejo (Santiago 1:22–25): El Velo Levantado
Santiago nos advierte contra el autoengaño espiritual. Mirar el espejo de la Palabra sin obedecer es la esencia de la hipocresía. Santiago dice: “Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos” (Santiago 1:22, NBLA) 2. El que oye sin obedecer se contempla, se va y “rápidamente olvida” (Santiago 1:24). Pero el que se inclina sobre la Palabra como sobre un bisturí afilado —*“la ley perfecta, la ley de la libertad”*— ese será bienaventurado “en lo que hace” (Santiago 1:25).
Para el predicador, la advertencia es doble. El que predica sin aplicarse la Palabra primero a sí mismo se convierte en un profesional del púlpito, pero un mendigo espiritual en secreto. La Biblia no fue dada para producir oradores, sino hombres transformados. Por tanto, estas tres preguntas son martillo, espada y bisturí.
1. ¿Cómo me confronta personalmente esta verdad?
Un predicador puede exponer la doctrina correcta y, sin embargo, esconder un corazón torcido. La Palabra no es un lente para criticar a otros, sino un espejo que desnuda al mensajero. “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3, NBLA) 3.
Ilustración:
Un herrero no puede forjar hierro sin exponerse al fuego. Si el metal entra al horno, pero el herrero nunca siente el calor, es señal de que él nunca estuvo cerca. Igual ocurre con el predicador: si el fuego de la Palabra nunca lo quema primero, su mensaje será frío y sin vida 4.
Pregúntese: ¿qué actitud, decisión, o hábito específico de esta semana está siendo confrontado por el texto? La Palabra exige precisión: “Examínese cada uno a sí mismo” (1 Corintios 11:28, NBLA). Sin examen no hay arrepentimiento; sin arrepentimiento no hay transformación.
2. ¿Qué pecado me exige este texto confesar o abandonar?
La Biblia jamás permite neutralidad moral. “El que encubre sus transgresiones no prosperará, pero el que las confiesa y las abandona hallará misericordia” (Proverbios 28:13, NBLA). Si un sermón no lo lleva a confesar un pecado que cometió o a abandonar uno que practica, entonces la Palabra fue tratada como teoría. La obediencia es acción radical.
Ilustración:
Israel escuchó la voz de Dios en Horeb, pero en cuestión de días fabricó un becerro de oro (Éxodo 32). Oír sin obedecer siempre termina en idolatría. Cuando la Palabra no se obedece, el corazón fabrica sustitutos.
Confesión de Ed Rangel
Casi el 90% de los sermones que he predicado me han confrontado primero a mí —ya sea en pecado o en áreas que requieren un cambio inmediato— antes de predicarlos a la iglesia. Y algunas veces, esas mismas verdades me han llevado a confesar mis pecados públicamente. Los predicadores somos hombres comunes, no superhumanos. El predicador necesita recordar que también peca; y la iglesia necesita aceptar que su predicador también lucha con la carne. “Porque no hay hombre que no peque” (1 Reyes 8:46, NBLA) 5. Rechazar a un predicador por confesar es oponerse al plan de Dios, quien manda “confesaos vuestros pecados unos a otros” (Santiago 5:16, NBLA).
Pedro no podría ocupar muchos púlpitos modernos, aun cuando el Señor mismo le dijo: “Apacienta Mis ovejas” (Juan 21:17). Pablo tampoco sería invitado a muchos lugares —fue áspero con Juan Marcos (Hechos 15:37–39), abiertamente crítico, imprudente a veces en su tono, y enseñaba algo impopular como permanecer soltero si era posible (1 Corintios 7:7–8). Sin embargo, Jesús dijo de él: “este es un instrumento escogido” (Hechos 9:15), y Pablo declaró que el Señor lo fortaleció “teniéndome por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Timoteo 1:12).
Por otro lado, hay iglesias que tratan al predicador como Judas fue tratado por los líderes endurecidos —cuando él buscó ayuda, lo despreciaron: “¿Qué nos importa a nosotros?” (Mateo 27:4). Una iglesia que no permite que su predicador confiese, sane y crezca no está lista para tener predicador; y un predicador que no confiesa ni se quebranta no está listo para subir al púlpito 6. Estamos en la misma mesa, bajo la misma sangre, en la misma familia, rumbo al mismo cielo.
3. ¿Qué acción de fe me ordena este mensaje?
Santiago no deja espacio para la fe de labios. “La fe sin obras está muerta” (Santiago 2:17, NBLA) 7. La verdadera fe se mueve, actúa, arriesga, sacrifica, sirve. La Palabra no solo dice: “Arrepiéntete”, sino también: “Ve”. No solo dice: “Cree”, sino: “Camina”. No solo dice: “Ama”, sino: “Sirve”.
Ilustración:
Pedro no caminó sobre el agua por entender la doctrina del poder de Cristo, sino por obedecer una sola palabra: “Ven” (Mateo 14:29). El poder estuvo en el paso, no en el análisis.
Pregúntese: ¿qué haré esta semana —con nombre y fecha— como fruto de este texto? Si la Palabra ordena confiar, ¿qué ansiedad depositará hoy a los pies del Señor? Si ordena amor, ¿a quién servirá de manera inconveniente? Si ordena justicia, ¿qué decisión valiente tomará? “Sed hacedores de la palabra” (Santiago 1:22).
Martillo Final
Si el predicador no se deja romper por la Palabra, nunca podrá predicar con autoridad desde la Palabra.
“¿No es Mi palabra como fuego, y como martillo que despedaza la roca?” (Jeremías 23:29, NBLA) 8.
Primero debe romper su propio orgullo, su propio pecado, su propia comodidad. Solo entonces su voz tendrá peso cuando diga: “Así dice el Señor”.
Oración de un Predicador: “Rompe Primero al Mensajero”
Señor y Dios eterno, vengo delante de Ti con temor reverente. Antes de abrir los labios para exhortar a Tu pueblo, debo inclinar mi rostro para que Tu Palabra me juzgue a mí primero. No permitas que sea un oidor olvidadizo, sino un hacedor quebrantado, dispuesto a obedecer con prontitud lo que Tú me mandas.
Padre, examina mi corazón. Si hay orgullo, derríbalo. Si hay pecado escondido, exhíbelo. Si hay dureza, ablándala. Si hay desorden, ordénalo. Si mi vida contradice lo que mi boca declara, corrígeme con misericordia y disciplina. Purifícame, porque no quiero ser un predicador que habla del arrepentimiento sin practicarlo, ni un maestro que exige obediencia sin someterse al yugo de Cristo.
Señor, dame la humildad de confesar y la valentía de cambiar. Hazme un hombre de integridad, no solo en público, sino en lo secreto donde solo Tus ojos ven. Haz que Tu Palabra me corte antes de que yo la empuñe, que me quebrante antes de que la proclame, y que me sane antes de llamar a otros al arrepentimiento.
Padre, guarda a Tu iglesia. Hazla paciente, misericordiosa, y llena del espíritu de restauración. Que nunca exija perfección de labios humanos, sino santidad sincera y arrepentimiento verdadero. Que nunca idolatre al mensajero, sino que ame al Maestro. Que caminemos juntos, como una sola familia, hacia el cielo que Tú has preparado para nosotros.
Jesús, Buen Pastor, pastorea mi alma. Espíritu Santo, santifícame en lo íntimo. Dios Padre, haz Tu obra en mí. Y cuando predique, que no se oiga mi voz, sino la Tuya. Cuando ministre, que no se vea mi fuerza, sino Tu gracia. Cuando confronte el pecado, que lo haga con lágrimas y convicción, sabiendo que yo también necesito Tu perdón, Tu poder y Tu paciencia cada día.
Te lo ruego para Tu gloria, para el bien de Tu iglesia, y para la salvación de las almas. En el nombre de Cristo Jesús, Amén.
El Resultado Innegable: Pasión, Convicción y Autenticidad
El sermón que pasa por el fuego de la autoevaluación penitencial emerge transformado.
- Ilustración Bíblica — Isaías 6:1–8:
Antes de hablar por Dios, Isaías fue quebrantado por Dios. Primero vio la santidad del Señor (“Santo, Santo, Santo” — Isaías 6:3). Luego se vio a sí mismo con brutal honestidad (“¡Ay de mí… soy hombre de labios inmundos!” — 6:5) 9. Después fue purificado (“tu iniquidad ha sido quitada” — 6:7). Solo entonces vino el llamado y la misión (“Heme aquí, envíame a mí” — 6:8). La secuencia divina nunca cambia: primero el carbón, luego la comisión; primero la herida, luego la Palabra; primero el altar, luego el púlpito.
A. Ganas Pasión y Convicción
Cuando usted ha luchado con la verdad a nivel personal, deja de leer el sermón y comienza a dar testimonio de él. La pasión deja de ser técnica vocal y se convierte en el clamor de un pecador perdonado. La convicción deja de ser un tono impuesto y se transforma en la autoridad de quien ha sido humillado y restaurado por la misma Palabra que ahora proclama (Salmo 51:12–13).
B. Se Produce el Testimonio, No la Lección
El predicador deja de dictar conceptos y comienza a rendir testimonio. La congregación lo percibe: ya no escucha una opinión, sino una vida tocada por el altar. La autenticidad se vuelve un imán espiritual, porque la voz que salió del quebranto tiene peso (2 Corintios 4:5–7).
C. La Convicción Ahorra Tiempo
La convicción personal es la herramienta homilética más potente. Le obliga a ir directo al punto vital. No necesita diez ideas cuando Dios ha roto su corazón con una sola. La experiencia espiritual elimina el relleno, porque el peso de la verdad vivida lo carga todo (Jeremías 20:9). Ese fuego no se estudia; se recibe de rodillas.
WOW GEM — “Fuego en los Huesos” (Jer. 20:9)
El predicador no convence por la elocuencia que domina, sino por la Palabra que lo domina a él. Cuando el mensaje primero lo quebranta, entonces lo enciende; y lo que arde en el alma del predicador, tarde o temprano arderá en el corazón de la iglesia.
Notas al Pie y Referencias
- Piper, John. The Supremacy of God in Preaching. Baker Books, 1990. El predicador debe ser la primera audiencia de su propio sermón.
- Moo, Douglas J. The Letter of James: The Pillar New Testament Commentary. Eerdmans, 2000. El pasaje de Santiago 1:22-25 es una advertencia directa contra el autoengaño de la religiosidad superficial.
- Carson, D. A. Sermon on the Mount: An Evangelical Exposition of Matthew 5-7. Baker Academic, 2001. La metáfora de la viga y la paja subraya que la crítica debe comenzar con el autoexamen (Mateo 7:3).
- Lloyd-Jones, Martyn. Preaching and Preachers. Zondervan, 1971. La falta de pasión es a menudo un indicador de que el predicador no ha sido purificado o afectado por el mensaje.
- Kistemaker, Simon J. New Testament Commentary: Exposition of James. Baker Book House, 1986. El mandato de la confesión mutua (Santiago 5:16) subraya que la lucha con el pecado es una realidad para todos los creyentes, incluido el predicador.
- Fee, Gordon D. New Testament Exegesis: A Handbook for Students and Pastors. Westminster John Knox Press, 2014. La autenticidad y el quebranto del predicador son más importantes para la autoridad que la retórica o la perfección percibida.
- Stott, John R. W. The Message of James: The Bible Speaks Today. InterVarsity Press, 1985. La fe verdadera es una fe activa que se demuestra en la conducta (Santiago 2:17).
- Ryken, Leland. The Word of God in English: Criteria for Excellence in Bible Translation. Crossway Books, 2002. El poder de la Palabra (Jeremías 23:29) reside en su capacidad para transformar y romper la dureza del corazón.
- Oswalt, John N. The Book of Isaiah, Chapters 1–39: New International Commentary on the Old Testament. Eerdmans, 1986. El llamado de Isaías (Capítulo 6) establece el patrón: purificación y quebranto son requisitos previos para la comisión profética.
